CÓMO VIVIR CON TOC: Trastorno Obsesivo Compulsivo (1ªParte)

Autobiografía de uno de nuestros seguidores anónimos.

Nunca he considerado seriamente escribir mi propia autobiografía. No creo que mi vida sea lo bastante interesante o didáctica. Pero si hay algo de lo que pueda obtener, sin duda, un aprendizaje útil y práctico, es mi larga experiencia con el TOC. A continuación, voy a relatarte la historia del lado más oscuro de mi personalidad.

Pieza de ajedrez enfrente de un laberinto

           Es difícil precisar cuándo aparecieron los primeros síntomas de TOC, el Trastorno Obsesivo Compulsivo. Creo que fue una sensación de desasosiego a cierta hora del día, no relacionada con los acontecimientos cotidianos, pues estaba yo de vacaciones y no había sombra de preocupación en el horizonte. No tendría yo más de siete años. Que lejos estaba yo de imaginar lo que me deparaba la vida. Cómo intuir que existía tal cosa como el TOC, el tan cinematográfico y ridiculizado Trastorno Obsesivo Compulsivo. Pero si esperáis reíros leyendo sobre compulsiones repetitivas, cómicas y socialmente reprobables, no es mi caso. Siempre he sido un obsesivo puro y jamás he visto un caso como los que muestran cómicamente en Mejor imposible, TOTOC Monk.

            En la adolescencia, la cosa aumentó: el temor a perder el control de mí mismo o preocupaciones relacionadas con la salud. ¿Sabes esa sensación de estar plantado a un paso de un vacío, un precipicio o una ventana, y ser plena y profundamente consciente de que un sólo movimiento bastaría para saltar? Por lo que me cuentan, más o menos todas las personas han experimentado una sensación similar alguna vez, pero en la mente TOC, la consciencia de cuán fácil es dar hacer ese movimiento se convierte en la certeza de que lo vas a hacer.

IGNICIÓN DEL PENSAMIENTO OBSESIVO

            El momento en el que la presa reventó lo tengo marcado en el calendario de mi memoria. El 14 de agosto de 1996. Quizá tenga algo que ver pero, hasta ese momento, aquel verano había sido uno de los periodos más fecundos, creativamente hablando, de mi vida. Tuve algunas de las ideas que marcarían las siguientes décadas hasta hoy.

Pero volvamos al 14 de agosto de 1996, un caluroso día de verano, las ventanas abiertas el asfalto de la ciudad ardiendo y, de pronto, corre la noticia de que hay un cuerpo estrellado en la calle. Un vecino que había saltado al vacío desde un cuarto piso (yo vivía en el séptimo). La cabeza reventada contra el asfalto, el reguero de sangre fluyendo hacia el sumidero de la cloaca.

            Durante los siguientes días una idea me rondaba la cabeza todo el tiempo. Y ese pensamiento crecía atrapado en un círculo vicioso, día tras día, hasta que una mañana el vaso desbordó.

Persona echándose las manos a la cabeza.

            La primera vez que sientes esa sensación, te marca para siempre. Esa desesperación aguda y lacerante que es la cota máxima del estado obsesivo es, muy posiblemente, en el día en que la sientes por primera vez, la peor sensación que hayas experimentado en tu vida. En mi caso así lo fue. Y la mala noticia es que después vienen otras muchas crisis de desesperación, aunque ninguna te marca como la primera.  

            La idea que me había llevado a ese estado era muy sencilla: sentía el impulso irrefrenable de saltar por la ventana. A cada instante me venía a la mente, quería echar a correr hacia las ventanas y arrojarme a través de ellas, veía mi cabeza estallada contra el asfalto. Estaba convencido de estar viviendo el último día de mi vida.

            No fue el último día de mi vida, desde luego. Han pasado más de 20 años, he padecido obsesiones de autoagresión de todo tipo, también de agresión a los demás, y una cosa sí te puedo garantizar: es todo un espejismo; esos impulsos no existen. No existe la autoagresión. Tal vez en alguna ocasión muy puntual podemos hacernos un daño superficial, tratando de probar si somos capaces de llegar a más. Pero los actos que tanto tenemos nunca llegan a realizarse.

Ocurre que nos aterroriza tanto llegar a sentir esos impulsos de verdad que el mínimo pensamiento, la mínima imagen mental, activa todas las alarmas. Tememos esos falsos impulsos como si fueran algo ajeno a nuestra voluntad. Pero eso no existe, sencillamente no existe.

MI PRIMERA TERAPIA PARA TOC:  EL PSICOANÁLISIS FREUDIANO

Psicólogo especialista en ansiedad realizando una sesión de exposición interoceptiva para reducir los síntomas de la fobia a volar.

A partir de aquellos tórridos y desesperantes días de agosto, mis padres, mal aconsejados, me llevaron a un psicoanalista. Años de terapia y esfuerzo económico para una familia con cinco hijos. Los resultados tardaron en llegar, pero llegaron, aunque años más tarde comprendí que el terapeuta había utilizado un truco conmigo: me creó una obsesión que yo no había tenido nunca, la mantuvo durante muchos meses y un buen día la desmintió. Como sólo había tenido esa obsesión durante una larga temporada, no caí en las anteriores. En el fondo tiene su lógica, ¿no?

            Sea como fuere, estuve cuatro años libre de obsesiones. Hasta que a los 25 años viví un momento muy importante de mi vida: me publicaban mi primera novela. La forma como esto ocurrió, como se presentó mi novela a la sociedad en mi ciudad, los personajes que me respaldaron, las cosas que se dijeron. Dios, sentí que me iba a comer el mundo. Pero entonces afloró mi otra gran obsesión, que de algún modo, como ruido de fondo, me había acompañado siempre.

Esta es más difícil de explicar. Es una sensación desagradable y sin forma que irrumpe en cualquier momento de mi vida, arruinándome los momentos felices e incluso interrumpiendo el curso de mis pensamientos. Lo llaman pensamientos intrusivos, aunque en mi caso eran informas, más bien podríamos hablar de sensación intrusiva. Parece muy banal en comparación con la otra obsesión, pero en el fondo da igual en qué consista el pensamiento o el temor, el cerebro es el mismo y el grado de sufrimiento es independiente del contenido de la obsesión. Que esto ocurriera en un momento tan cumbre de mi vida, y además cuando estaba iniciando una relación seria, era como el océano caliente que alimenta el huracán. Vivir en una profunda depresión en un momento cumbre de mi vida era sencillamente descabellado.

PEPE Y MI BATALLA CONTRA LOS PENSAMIENTOS INTRUSIVOS ( TCC )

Dejé el psicoanálisis y busqué otras terapias… (pincha aquí para leer la segunda parte)

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