Cómo Superar Ataques de Pánico y Ansiedad: Una Historia Real

No sé muy bien cómo empezar a contar mi experiencia con la ansiedad, así que empezaré por cómo comenzó todo y lo explicaré de la forma en que me hubiera gustado que alguien me lo explicara cuando empecé a sentir los primeros síntomas.

Hace 12 años, comenzó una crisis económica en mi país y perdí el trabajo en el que llevaba 10 años. En ese momento, hubiera aceptado cualquier empleo, ya que tenía que seguir pagando mis facturas y deudas.

Después de un tiempo buscando y sin encontrar gran cosa, me fui a trabajar al restaurante donde estaba mi padre en ese momento. Al principio todo fue bien, pero poco a poco la carga de trabajo fue aumentando. Había momentos en los que llegaban dos autobuses juntos, más de cien personas queriendo ser atendidas al mismo tiempo, y solo dos camareros detrás de la barra.

A toda esta presión se sumaban los desprecios y humillaciones de un jefe déspota. Hubo muchos momentos en los que pensé en abandonar y dejar el trabajo, pero era un lugar donde mi padre había dado la cara por mí, y no quería dejarlo en mal lugar.

Primeros síntomas de la ansiedad

Persona frente a un espejo con síntomas de ansiedad

Después de más de un mes sometido a ese estrés, empecé a notar los primeros síntomas. Sentía un cansancio extremo, un peso muy desagradable en los párpados durante todo el día, pérdida de peso drástica y una distorsión de los sentidos en algunos momentos.

La primera vez que sufrí un ataque de pánico fue al llegar a casa después de trabajar una noche, cuando llevaba dos meses en el restaurante. Al llegar con el coche, no pude meter la llave en la cerradura debido al mareo y los temblores que me producía el ataque. En ese momento pensé que estaba teniendo una bajada de tensión, por lo que decidí tomarme un café al llegar a casa, pero eso solo empeoró los síntomas.

Cuando me acosté, la habitación comenzó a dar vueltas y mi corazón latía tan rápido que sentía que me iba a explotar el pecho. No pude soportar más los síntomas y, asustado, decidí ir al médico de urgencias. Me hicieron todas las pruebas posibles: electrocardiograma, análisis de azúcar, medición de tensión, temperatura, etc. Me dijeron que estaba perfectamente y que no me pasaba nada.

Me resultaba imposible creer que, sintiéndome tan mal, no me estuviera ocurriendo nada grave. A partir de ese momento, comencé a sentir la incomprensión de los médicos y de la gente de mi entorno.

Cómo la ansiedad cambió mi vida

Desde ese día, ya nunca volví a sentirme igual. Constantemente me he sentido un poco mareado, alterado, nervioso, etc. Al ver lo que estaba pasando, decidí hacerme más pruebas: visité al cardiólogo, al neurólogo y me hice análisis para comprobar si sufría de tiroides, pero ninguna prueba detectó nada físico. Creo que en ese momento no quería aceptar que lo que me pasaba era algo psicológico, aunque en el fondo intuía que así podría ser.

Finalmente, después de un año de sentir constantemente los síntomas de la ansiedad de manera casi continua, decidí acudir a la consulta de un psiquiatra. Él describió en pocas palabras todo lo que yo estaba sintiendo y, por primera vez, me diagnosticó con ansiedad y agorafobia.

Así afectó la ansiedad a mi vida social

A partir de ese momento, mi vida personal cambió por completo. Antes de que comenzara la ansiedad, era una persona que disfrutaba saliendo a diario, divirtiéndome con mis amigos los fines de semana, viajando, haciendo actividades al aire libre y, sobre todo, relacionándome mucho con la gente y conociendo nuevas personas.

Mujer que siente ansiedad se tapa la cara al ser señalada con la manos por varias personas.

Cuando los síntomas de la ansiedad aparecieron, empecé a sentir un miedo atroz a que me ocurriera un ataque en un lugar público, rodeado de gente. De repente, comencé a aislarme, dejé de relacionarme con los demás y de salir por completo, arrastrando junto a mí a la que era mi pareja en ese momento. Estar entre gente significaba que los síntomas de la ansiedad se manifestaban de manera intensa, hasta el punto de pensar que me desmayaría o que perdería el control de mi cuerpo y mis actos.

Para evitar esto, rompí por completo mi contacto con el exterior y con todas las personas con las que tenía relación en ese momento. El psiquiatra comenzó a medicarme, y yo empecé a andar por la vida como un zombi, arrastrando los pies y sin energía, casi ni para hablar. Dejé de hacer deporte, algo que antes me llenaba mucho. Abandoné el gimnasio porque cada vez que iba, notaba cómo mi cabeza empezaba a jugarme malas pasadas y me asustaba hasta el punto de no querer volver allí.

Por todas estas razones, mi vida personal y social cambió de manera muy drástica: dejé de ser la persona feliz y extrovertida que era para convertirme en un fantasma invisible y huidizo.

Solo mi madre entendía lo que es tener ansiedad

En mi familia, la única persona que me podía entender cuando empecé a sentir ansiedad era mi madre. Ella llevaba más de 25 años con depresiones, llegando incluso al punto de querer quitarse la vida. En muchos momentos, he pensado que mi miedo a tener una enfermedad o trastorno psicológico se debía a haberla visto a ella tan mal, y he llegado a sentir pánico de pensar que podría pasarme a mí lo mismo.

Tener tanto miedo a que algo así suceda creo que ha incrementado mi ansiedad, empeorando mis síntomas. El resto de mi familia jamás me ha entendido, pero no puedo reprochárselo, ya que considero que, si a mí no me hubiese pasado esto, tampoco sería capaz de entenderlo. Al final, me di cuenta de que lo mejor era fingir que todo estaba bien y contar lo menos posible a la gente cercana.

Lo descubrí después de recibir comentarios como: “A ti lo que te pasa es que lees muchos libros y ves muchas películas” o “Tómate la vida con más tranquilidad y no te pongas nervioso”. Al principio, esto es frustrante, pero al final terminas comprendiendo que si ni siquiera la gran mayoría de los médicos es capaz de entenderte, mucho menos lo hará tu familia, que no tiene formación ni conocimientos sobre este tipo de cosas.

No podía controlar mis emociones

Cuando tu cuerpo hace cosas que tú no controlas, como temblar, marearte, tener palpitaciones, dolores de barriga, diarrea, visión borrosa, sensación de irrealidad, entre otros síntomas, las emociones son como una montaña rusa. A veces, cuando te encuentras un poco mejor, puedes sentirte muy feliz de poder pasar un buen momento, pero las veces en que tienes varios de esos síntomas te deprimes y te sientes realmente mal.

Dibujo de una persona con pensamientos que representan emociones desagradables.
Persona pensando en un montón de problemas.

He tenido momentos en los que incluso ha pasado por mi cabeza que preferiría morirme antes que seguir así. Es en esos momentos cuando realmente entiendes a las personas que llegan a quitarse la vida, porque la mente puede jugarte malas pasadas y hacerte sufrir mucho. Sentirte así de mal puede arruinar tu vida: destruir tu relación de pareja, alejarte de la gente que quieres, dejar tu trabajo, abandonar tus estudios…

Si no se busca una solución o no luchas contra ello, pueden aparecer pensamientos muy fuertes en tu cabeza, especialmente cuando sientes que nadie te entiende y creen que lo único que te pasa es que estás un poco nervioso, o que incluso te gusta hacerte la víctima o eres vago y evitas hacer cosas.

Para mí, las mayores dificultades relacionadas con la ansiedad han estado ligadas a los estudios. Comencé a estudiar una carrera bastante complicada, con muchas cosas difíciles de entender y una gran carga de trabajo. Había un montón de trabajos en grupo, exámenes parciales, etc. A todo esto se sumaba la presión de que necesitaba aprobar para mantener mi beca, ya que, si no lograba aprobar un mínimo de asignaturas con una nota media requerida, perdería la oportunidad de seguir estudiando.

Eliminar la ansiedad se convirtió en un reto

Toda esta presión generaba en mí una gran ansiedad, especialmente en épocas de exámenes, cuando dedicaba tantas horas al estudio. Los síntomas de la ansiedad se agudizaban muchísimo durante esos períodos. A veces bromeo diciendo que me he sacado la carrera en «modo difícil». No es lo mismo estudiar cuando estás en plenas facultades que hacerlo estando mareado, con taquicardia, temblores y palpitaciones constantes.

Además de estos síntomas, durante el mes de exámenes solían salirme rojeces y zonas despellejadas en el cuero cabelludo, debido al alto nivel de estrés que experimentaba.

Otra de las dificultades que he enfrentado a causa de la ansiedad ha sido el no poder relacionarme de la manera en que yo solía hacerlo con las personas nuevas o con aquellas en las que no tenía mucha confianza. Cuando comenzó la ansiedad, me volví una persona más retraída, como ya he mencionado anteriormente. Esto provocaba que el simple hecho de empezar a hablar con alguien nuevo o conocer a personas me generara tanta ansiedad que me quedaba en blanco o no era capaz de hablar sin trabarme. Sentía que esas personas podrían pensar que era estúpido o raro, lo cual hacía que me aislara aún más.

Trastorno de pánico con agorafobia

En este punto, quiero compartir algunas experiencias concretas que he tenido con la ansiedad a lo largo de estos 12 años. Uno de los momentos más traumáticos que recuerdo ocurrió un día en clase. Estaba sentado en mi pupitre, prestando atención a la lección, cuando de repente empecé a ver las letras en la pizarra dobles y borrosas. En ese momento, me asusté un poco, pero decidí dejar de atender la clase y concentrarme en respirar profundamente para ver si los síntomas remitían.

Después de un rato, intenté volver a concentrarme en la clase y seguir tomando apuntes, pero cuando cogí el bolígrafo para escribir, noté que la motricidad de mis manos no funcionaba bien: no podía sujetar el bolígrafo correctamente ni escribir de manera adecuada. Al mismo tiempo, sentía un hormigueo en la cara, como cuando se te duerme una extremidad.

Un cerebro encadenado con expresión ansiosa.

En ese momento, salí de la clase con la mayor normalidad posible, me fui al baño y me encerré en uno de los habitáculos. Allí estuve respirando y relajándome hasta que los síntomas disminuyeron, y pude volver a clase. Pensé en no regresar ese día, pero sabía que si no lo hacía podría crearme un trauma y sería peor. Así que decidí volver y enfrentarme a la situación en ese mismo momento.

Otra ocasión en la que experimenté un episodio desagradable fue una tarde en la que me estaba preparando para ir al cumpleaños de un familiar de mi pareja. Creo que el hecho de saber que iba a un evento social creaba en mí una sensación de estrés que provocaba un aumento de la ansiedad.

Los síntomas comenzaron cuando salí de la ducha. Estaba secándome en el baño y, de repente, comencé a temblar de forma descontrolada. Me fui a la habitación, y allí seguí temblando, incluso estando sentado en la cama. No sentía frío, al contrario, estaba bastante acalorado. Le dije a mi pareja que no iba a ir al cumpleaños, que se fuera ella sola, porque no me encontraba bien.

Ella se fue, y yo me metí en la cama, intentando ver si allí podía calmarme. Después de un rato temblando, decidí tomarme un tranquilizante, algo de lo que no me siento orgulloso. Fue lo único que logró que los temblores cedieran. Terminé de prepararme y, finalmente, fui al cumpleaños.

En esos momentos, te pasan muchas cosas por la cabeza: piensas que te estás volviendo loco, que te está dando un infarto o un ictus, y justamente esos pensamientos hacen que los síntomas aumenten mucho más.

Eso es lo que tiene este tipo de trastornos de la ansiedad: es un círculo vicioso. El miedo te hace tener síntomas, y los síntomas te hacen tener miedo. Esta es la reflexión a la que he llegado después de tantos años lidiando con esto. Debes dejar de tener miedo y enfrentarte a lo que venga.

Aprendiendo a controlar la ansiedad: una historia de superación personal

He de reconocer que he pasado por muy malos momentos y dificultades durante el tiempo que llevo luchando contra la ansiedad y sus síntomas, pero no quiero terminar esta historia sin contar algo que me hace sentir muy orgulloso.

A pesar de lo desadaptativo de esta experiencia, fue también algo que me ayudó a superarme y a conocerme mucho mejor. Con 26 años, decidí retomar los estudios. Terminé la ESO nocturna para adultos, luego aprobé la prueba de acceso a la universidad para mayores de 25 años y logré ingresar en la universidad. A pesar de mi falta de hábito de estudio, decidí aventurarme en una carrera de ingeniería y conseguí terminarla en cinco años. Actualmente, también he finalizado un máster relacionado con mi carrera y he conseguido trabajar en sitios relacionados. He tenido la suerte de poder elegir trabajo relacionado con lo que he estudiado. Aunque aún estoy buscando mi sitio ideal. Viendo como era y lo que ahora soy, estoy seguro que lo encontraré, sin embargo no tengo ninguna prisa. Estoy muy a gusto en mi trabajo actual.

Muchos globos con caras dibujadas de felicidadad.

La ansiedad y los síntomas que provoca son muy incapacitantes, pero me di cuenta de que, si persigues tus sueños sin rendirte y eres constante, puedes lograr lo que te propongas. No importa la edad que tengas en este momento, no importa si tienes ansiedad, ni si llevas 20 años sin estudiar o formarte. El mensaje es claro: luchando, se puede aprender a controlar la ansiedad y conseguir todo lo que uno se proponga.

psicólogo ansiedad Madrid
Francisco J. González Galán
Psicólogo | 640 95 65 63 | Web | + posts

Mi nombre completo es Francisco José González Galán, y soy psicólogo sanitario colegiado en el COP de Madrid con el n.º 37171. Como profesional de la psicología, mi vocación es ayudar a las personas para que consigan descubrir todo su potencial. Tengo formación en terapia cognitivo-conductual e hice la mención en psicología de la salud e intervención en trastornos mentales y del comportamiento. Mi pasión por conocer el comportamiento humano y mejorar el bienestar de las personas me llevó a especializarme en esta área. Haciendo especial hincapié en la parte emocional.

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